miércoles, 8 de septiembre de 2010

Teorías y Variables del Análisis

Iliana gonzalez tovar

200920535

Nadie puede pretender dominar las teorías o paradigmas comparativos de manera exhaustiva y perfecta, sobre todo porque la comparación pertinente puede encontrarse en el lugar menos esperado. La teoría pura y absolutamente abstracta ocupa poco lugar en el ámbito político, salvo en materia institucional, y que las teorías de nivel intermedio que se refieren a realidades observables representan el género más útil para el análisis.
El análisis sistemático teórico se basa en la utilización de una o varias variables que se supone ejercen una influencia en el fenómeno estudiado, o que incluso supuestamente lo determinan en una perspectiva causal. Los teóricos se clasifican a partir de su orientación culturalista, económica o meramente polito lógica, que incluye a los conflictos y su solución. En pocas palabras, la teoría esboza la identificación de las variables del análisis.
Los trabajos realizados desde hace cien años han hecho avanzar el conocimiento y, en un grado menor, la metodología comparativa.; De Platón a Tocqueville: De las instituciones a las costumbres
La prescripción del régimen perfecto se basa en la clasificación previa de las formas de poder en un espacio que es sólo el mundo conocido por el observador. A su vez, esta tipología de los regímenes tiende a proporcionar los puntos de referencia que permiten identificar sus procesos de formación o corrupción; en el último caso culmina en la tiranía y en su opuesto, la anarquía. La clasificación en efecto sirve sólo para un objetivo normativo.
Un claro ejemplo de este es el caso de Platón y de Aristóteles, los dos fascinados por la ciudad-Estado griega. En la "República", la distinción de los diferentes modos de organización política sólo tiende a situar los mecanismos de su corrupción al indicar la vía del régimen ideal que servirá al espíritu común para el bien de toda la ciudad. De la misma manera, Aristóteles destroza el camino del derecho constitucional comparado al esbozar las características propias de la monarquía, la aristocracia y la democracia moderada, la politeia, aunque sólo lo hace para ponerlos a sus perversiones, que son la tiranía, la oligarquía y la democracia plebeya, siempre con el objetivo de captar el rostro del régimen bueno que serviría al interés común.
La atención primordial que dedica a las "costumbres" de cada sociedad, en tanto sustratos de los comportamientos y disposiciones públicos, es un anticipo de la práctica culturalista moderna. Montesquieu adquiere la talla de primer investigador de campo en el ámbito político. El procedimiento comparativo de Montesquieu resulta tanto sincrónico como diacrónico, e integra la profundidad histórica de las situaciones que captan su atención.
Sin embargo, después de Montesquieu, Rousseau regresa a la actitud a la vez prescriptiva y etnocéntrica propia de la filosofía. En lo escencial, la nueva tradición comparativa iniciada por el autor de El espíritu de las leyes sólo es retomada por Alexis de Tocqueville, que súbitamente la eleva a las cumbres de excelencia.
Tocqueville concentra su atención en lo que más tarde se llamará la cultura política, o inaugura de manera más exacta el análisis cultural de lo político. Las divergencias entre las dos concepciones, que poco después son las tradiciones de la democracia, se comprenden desde esta perspectiva. Además Tocqueville sólo inicia el análisis comparativo moderno de los regímenes democráticos. Como lo demuestra Tocqueville situarse en a perspectiva comparativa significa elaborar hipótesis de trabajo que hagan útil e intelegible la comparación.
Las escuelas de la comparación: De Max Weber a las teorías evolucionistas y el paradigma de la dependencia.
Tocqueville tiene algunos imitadores. En particular Walter Bagehot, en Inglaterra, quien, es verdad, se conforma con atribuir el temperamento democrático o respetuoso de sus conciudadanos a su "estupidez" (es decir, a su deferencia natural, como rasgo cultural). Además, Marx casi es contemporáneo suyo y, por su parte, abre el camino para otra comprensión de lo político, ya no culturalista, sin fundada en el determinismo del modo de producción económica. Sin embargo, Marx no resulta tan comparatista. Marx escribe que la burguesía cede entonces su cetro con el fin de conservar su bolsa, pero no advierte que esta dinámica autoritaria, la del segundo Imperio y del bonapartismo oo del Imperio alemán inspirado por Bismarck, representa más bien una de las modalidades características y no accidentales de la modernización política en Europa. El mismo Engels lo admite cuando afirma que el propósito de la burguesía no es gobernar directamente y que el bonapartismo es su religión política.

En lo esencial, el análisis comparativo, luego de Tocqueville, emprende otros caminos diferentes a los de los teóricos del determinismo económico. Por una parte, encuentra en Max Weber al último de los grandes maestros del pensamiento que marcan a su tiempo. Por la otra, se forma una de las corrientes de una disciplina nueva de las ciencias sociales, la ciencia política, que genera más bien escuelas que figuras individuales como Montesquieu o Tocqueville.
Las variables independientes del fenómeno estudiado, cruciales para su dilucidación, siguen descuidándose, con excepción de los factores sicológicos del voto y la pertenencia socio profesional. O, cuando no es así, como en el caso de los trabajos de André Diegfried, que atiende particularmente las características específicas de los medios analizados, no tardan en incluirlas en la categoría de las complicaciones inútiles. En esta fase, el "psicologismo" sumario predomina sobre la "ecología electoral". De manera más general, la comparación prometida se queda en buenas intenciones y los datos sueltos se acumulan sin mayor provecho.
Las variables de interpretación exteriores no se consideran verdaderamente sino a partir del decenio de 1960, con la difusión de la escuela sociológica de la modernización. Esta escuela de la modernización destaca los procesos de diferenciación y especialización de lo político, o de institucionalización y refuerzo de la estabilidad y capacidad de penetración del Estado.
En realidad, la escala del desarrollo político predeterminada así como variables esencialmente económicas reproduce todas las jerarquías de lo imaginario occidental.
El concepto de dependencia establecido en América Latina por F.H. Cardoso y G. O'Dnnell, postula que el adelanto económico, cultural y político de las sociedades desarrolladas del norte determina de manera casi mecánica la subordinación de las sociedades del sur. Así, los sistemas de producción de estas últimas sociedades y sus formas de gobierno están dominados por la influencia irremediable de los países ricos que las orientan en función de sus propias necesidades. En estas condiciones, sus élites en realidad son domesticadas por las de las naciones industrializadas. Por su parte, el paradigma centro-periferia afina esta perspectiva fechada cronológicamente al hacerla más abstracta y referirla menos a las situaciones pos-coloniales posteriores a 1945. Desde este punto de vista, Shils y Easton reinterpretan primero el principio organicista o cibernético para plantear que cualquier sistema social, sobre todo económico y político, efectúan un proceso de formación desde un centro dominante que está rodeado por una periferia dominada o subalterna.
Más que interrogarse acerca de la selección, siempre dudosa, que los teóricos realizan entre las variables de análisis de los procesos políticos, sin duda es mejor invertir la perspectiva para considerar a las propias variables.
Las variables culturales
La variable cultural goza de una especie de prioridad que nada tiene que ver con las discusiones escolares acerca de los órdenes de la causalidad. Ya se han mencionado que goza de este privilegio porque plantea antes que cualquier otra la cuestión capital para la comparación, inscrita en la oposición universalidad/particularismo.
La universalidad, como la Occidentalidad, la Orientalidad y la Meridionalidad, son sólo metáforas literarias apreciadas por los teóricos ideólogos, la comparación no es sino una reunión de datos cuando se limita a contabilizar parecidos y diferencias de ámbitos emparentados o de sitios heteróclitos. La comparación sólo cumple su propósito heurístico cuando no tiende a acumular información, sino a la comprensión progresiva de los mecanismos que parecen provocar diferencias o similitudes que sólo son resultados. Considerar en primer a la variable cultural es un imperativo metodológico inevitable, es decir, de alcance universal. La universalidad de lo cultural forma parte del buen procedimiento de investigación, no de las características que lo configuran.
Podemos decir lo mismo del señalamiento algo arbitrario de los diversos componentes de la variable cultural. O bien, esta variable abarca en todo caso la suma de los aspectos materiales e inmateriales que definen a un conjunto social dado, desde las técnicas de producción hasta la religión. O, si no, lo cultural se concibe como un objeto construido con fines analíticos: más exactamente para la dilucidación de lo que Weber llama el orden moral de la autoridad en cada sociedad.

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